La libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad, es creación y osadía.

IONESCO.

Los comienzos de La Cofradía.

Indudablemente el tiempo pasó.

Ya no somos desconocidos de chomba y pantalones de operario y ojotas y perlas.

Todo eso lo perdimos, los encuentros a las once de la mañana, cuando te quedabas dormido y los colectivos pasaban con tan poca frecuencia. Perdimos todo che. Y no nos importó. Perdimos las manos transpiradas, los cafés, perdimos los cds de Ella Fitzgerald, perdimos las boinas y las terrazas. Perdimos la inocencia, las ganas de gritar a los cuatro vientos lo felices que éramos, perdemos las esencias muchas veces y la paciencia. Y ahora que queremos, ya no tenemos donde gritar.

Perdimos un par de cervezas en los sillones del bar, perdimos años pensando. Los saludos se fueron, se fueron las gentes, las valijas y los inmigrantes.

Y no se dónde habrá quedado la intensidad, no se. Que triste, que ganas de llorar ríos, que ganas de sacarte fotos, que ganas de que te rías de mi y de que me retes tanto.

Volvería la violencia, volverían Santiago y Clara y Julia.

Y las mañanas de sábado con un cigarro en la boca, en un banco de plaza, significarían algo más.

Significarían patas que mover, angustias, polleras y tiradores. Taxis hechos a mano.

Cuchillos, gentes que se siguen yendo.

Significaría volver a ser desconocidos y no perder más nada, porque ya nos despojamos de todo.

Perdimos las almas, perdimos los años más jóvenes, perdimos los cortes de pelo.

A mi se me olvidaron mil tipas que creé, por ahí. Se perdieron mil imágenes, mil máquinas. Se nos desinflaron las caras, los cuerpos, las caras, los cuerpos, los ojos, se nos fueron ellos.

Y los guantes rojos, y los valses tristes y las películas francesas, y las caras de asombro que pusimos cuando Paula dijo que no había visto Tiempos Modernos y nosotros que reíamos por no llorar y decíamos pobrecita. Porque siempre lo dijimos.

Y de repente un cigarro es un chirlo en el culo, y de repente fallamos y fallamos y estamos tan tristes si nos damos cuenta.

Y no se por qué, pero nos aferramos a Rayuela, supongo porque era nuestra única esperanza de sentirnos mejor al mirarnos a la cara y buscar explicaciones y decirte Horacio, siempre buscando sentirnos mejor.

Ni nos miramos después.

Y tus uñas pintadas de rojo, y las mías eran rojas también.

Y las monerías me aburren, te lo juro. Y yo no quiero una mamá porque ya tengo.

Yo quiero un otoño y después otro otoño y otro.

Yo quiero hojas.

Quiero ser una inmigrante tan pobre y por eso comer carbón, quiero servir una mesa, quiero todas mis bufandas, quiero estar triste pero decirles a todos que soy la más feliz de ésta fiesta.

Quiero ser fideos, plantas, vientos y monstruos.

Quiero ser una muñeca y que me duela la sonrisa, me duelan los cachetes y los ojos me lloren de no parpadear. Quiero ponernos perfume.

Que el avión se caiga otra vez por favor.

Que el tren choque.

Que las golondrinas no se vallan nunca más.

Quiero volver. Encontrar la energía, encontrar a todas las tipas, a los tipos, encontrar a María. Mirar al horizonte e imaginar todo lo que querías.

Necesito espacio, necesito un aplauso para saltar, necesito otros dos para frenar, necesito una patada contra el piso para ir más rápido, necesito contar pasos para atrás, y para adelante.

Se nos fueron los conflictos, se nos fueron los hermanos, se nos fueron los abrazos que nos dimos, porque aunque pocos nos los dimos.

Necesito decir, a cada rato.

Y siempre se trata de lo que queremos, de lo que necesitamos, de lo que perdimos, de lo que olvidamos, de lo que no vamos a ser nunca más.

Y yo se que así nos gusta más, porque el drama nos sienta mejor a nosotros viejo. Somos demasiado fanáticos de Edith Piaf, para la comedia.

Y te nombraban Horacio porque tenías un pulóver verde, y siempre buscaste algo.

Pero siempre fuiste Lucía y que ciego, que ciego éste Horacio, que te quiere tanto.



0 comentarios:

Publicar un comentario